«Tras el coronavirus: robots para reindustrializar Europa». La tribuna de Fabrice Zerah
La crisis sanitaria del coronavirus saca a la luz la ambivalencia de la globalización. A lo largo de los últimos decenios, es cierto que hemos multiplicado como nunca los intercambios de mercancías, capitales y conocimientos. Pero sin darnos realmente cuenta también hemos organizado pacientemente y sistematizado meticulosamente nuestra vulnerabilidad colectiva.
Tendremos que repensar profundamente nuestros modos de producción. ¿Cómo no ver que esta crisis acaba con la división internacional del trabajo tal como la conocemos? Porque ¿de qué sirve seguir especializando de forma desmesurada zonas geográficas, es decir, desindustrializar Europa y Francia para llevar la producción a países de bajo coste, si vivimos permanentemente con el riesgo de sufrir una ruptura de las cadenas de suministro?
La cuestión de la producción masiva de mascarillas de protección en China mientras Europa padecía una cruel carencia de ellas muestra cuánto nos equivocamos. ¿Hay que seguir sometiendo nuestro destino económico, incluso nuestra soberanía de suministros estratégicos, a esos gigantescos portacontenedores, que, dicho sea de paso, tienen un impacto medioambiental catastrófico? Ha llegado la hora de dar muestras de más lucidez.
Tenemos que reindustrializarnos y asumir más producción local, es decir, afrontar con inteligencia la cuestión de los costes de producción. Si se produce la deslocalización hacia otras zonas es porque allí la mano de obra es mucho más barata. En ese ámbito nunca vamos a poder competir contra ellos, ¡pero sí podemos producir mejor y de otra manera! ¿Cómo? Gracias a una mayor robotización de nuestras fábricas, garantía de competitividad.
Francia, en ese sentido, está todavía muy a la cola, en el 18.º puesto mundial, con una densidad de 132 unidades de robots por cada 10 000 empleados, muy por debajo de Japón, Estados Unidos, Corea del Sur y Alemania. Sin embargo, la industria 4.0 y la revolución del internet of things (IoT) ofrecen un potencial enorme de reducción de costes: gestión de stocks, flexibilidad de los procesos industriales y mantenimiento preventivo, por no hablar del enriquecimiento de los oficios y las competencias, ¡que habrá que acompañar de voluntarismo y visión estatal!
Ética. Los cambios también deben reflejarse en nuestra mentalidad de producción. A partir del momento en que vivimos en la exacerbación de las interdependencias, el comportamiento de cada uno, dado que tiene un efecto multiplicado por diez, tiene que basarse en el estricto respeto de una ética. Producir de cualquier manera, sin la seguridad y los controles necesarios, despreciando el concepto de calidad, es poner en peligro todos los eslabones de la cadena.
Esto afecta a todos los sectores. Por ejemplo, el agroalimentario, que podría pasar a primera línea ante la multiplicación de las crisis sanitarias. Y en ese sector también son de gran utilidad los objetos conectados y la inteligencia artificial, ya que permiten una trazabilidad total desde el campo y el establo hasta el plato del consumidor, pasando por todas las fases de la distribución.
Esperemos que este año 2020 sea el comienzo de un gran cambio.